De noche, las casas encamaradas en las pendientes de Valparaíso que se encuentran libres, colorean con pizcas nítidas el ambiente enfriado en el que estaba caminando cuando me iba a encontrar con los chiquillos de teatro.
La subida era empinada pero conocida, y mis latidos se encontraban un tanto acelerados por la cafeína que circulaba por mi sangre.
Íbamos a beber y conversar como si fuera la primera vez que nos veíamos en años.
De manera que mi mirada se encontraba en el suelo y en el cielo buscando algo, a la vez que mis pies subían a paso cada vez más rápido.
Revisé el celular y el mapa y luego de cerciorarme dónde estaba, medité con la mano en la barba y me quité el sueño de encima.
Cruzando hacia las luces de los locales y la música que los acompañaba, me encontré frente a un umbral en el que fui observado.
—Carnet.—
Le acerqué el carnet.
—Ok. Puedes ingresar.—
Sondeé.
Las cabelleras y los perfiles se amontonaban junto a las paredes cerca de la entrada.
En un segundo piso, las ventanas iluminaban mesas esparcidas por aquí y por allá. Los vidrios aplanando manteles rayados. Me saqué el abrigo cuando me acercaba a ellos.
F. y R. conversaban fugazmente.